Pablo Medina se enamoró del periodismo de conflicto tras la primera clase con David Beriain en la Universidad de Navarra. Luego llegaría el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual y unas prácticas en la sección Internacional de La Voz de Galicia para aficionarse a contar historias desde lo más humano de la profesión.
Además del conflicto, Pablo busca el posconflicto. Le interesan los relatos que afloran cuando cae la última bomba. Quiere reconstruir sucesos y ser testigo de la herida que se cierra. Irak fue su primer contacto real con la guerra, un preámbulo de lo que viviría después.
Por eso cuando estalló el conflicto en Ucrania supo que no sería solo un espectador. «Esta es la guerra de nuestra generación», se dijo, y partió como reportero freelance a la zona invadida. Ya en Polonia, mientras más se acercaba a territorio ucraniano, más le parecía un espejismo: «ley seca, toque de queda, y a la vez una aparente normalidad».
Entre Yitomir y Leópolis pasó sus últimas dos semanas buscando contacto con la población civil. Vio iglesias convertidas en búnkeres, huesos y mentes quebradas, muerte entre los escombros, funerales. Pablo vio a un país «defendiéndose a todos los niveles».
Estos testimonios fueron publicados por La Voz de Galicia en una suerte de memorias en primerísima persona. «Estamos viviendo la comunicación política más que la información», advierte. Mientras, solo piensa en colgarse la mochila y volver a Ucrania, porque incluso después de la última bomba, él tendrá historias por contar.