Ander Izagirre (Donostia, 1976) viaja por el País Vasco en su último libro, Vuelta al país de Elkano. El autor de Potosí y último ganador del premio Kapuscinski está más acostumbrado a contar historias que suceden a miles de kilómetros, pero ahora ha cogido la bicicleta —literalmente— para narrar aventuras en su tierra natal.
—¿Con este libro ha hecho periodismo de viajes en casa?
—Justo eso. Yo estoy habituado a trabajar fuera, lejos, a contar otros países: Bolivia, Groenlandia. Al hacer un viaje en mi casa, me parecía muy difícil encontrar historias nuevas o cosas que yo no conociera porque se suponía que yo conocía todo muy bien. Y para mí ha sido un viaje de descubrimiento. Lo que he hecho ha sido ir con gente que sabe mucho: una arqueóloga, un historiador, un cocinero... gente de todo tipo que pudiese contarme cosas de cada lugar.
—¿Tiene la sensación de que descuidamos a veces las historias más cercanas?
—De joven lo primero que quería era irme lejos, y es normal. Me fui pronto a viajar y, claro, ves Australia, la Patagonia y todo te parece fascinante porque es muy distinto de lo que tú conoces. Pero vas aprendiendo que el valor de un viaje no es cuestión de kilómetros, si no de la mirada. Me ha pasado, he descubierto historias de mi propio entorno que ignoraba. Yo disfruto viajando a 80 kilómetros de casa y a 8.000 también. Creo que es algo que se aprende con los años, de joven solo te atrae lo exótico y necesitas tiempo. Yo no empecé a escribir historias del País Vasco hasta los 30 y pico.
—¿Intenta con este libro derribar algunos mitos que rodean a la sociedad vasca?
—Muy a propósito. Yo quería explicar un país, su historia, su presente, también la peculiaridad. El País Vasco tiene una cultura y una lengua muy distintas a las de su entorno. Siempre se ha contado que esto se debe a una actitud replegada o defensiva, que aquí no llegaron los romanos y que es un pueblo cerrado que ha mantenido su carácter. Pero es todo lo contrario: los vascos siempre han sido una sociedad muy abierta, sobre todo por el mar, que les ha conectado desde muy temprano con otras culturas.
—¿Producen más satisfacción las historias reales que las ficciones?
—Me lo preguntan: «¿No te pasas a la novela?». Pero es que la realidad me da historias tan buenas que no me da la vida. Es todo un filón de grandes historias. Para mí lo mejor de mi trabajo es que me satisface un placer y una curiosidad personal de querer saber, querer conocer, me divierto mucho con eso y me apasiona. Entonces no siento necesidad de crear yo la historia, porque hay tantas ahí fuera. Esto es un oficio distinto.
—Nos separan algunas generaciones, ¿en la suya, cuando quiso ser periodista, también le incitaron a ser médico o abogado?
—Claro. Yo era buen estudiante, entonces mi padre quería que hiciera derecho o económicas, que fuera abogado o trabajase en un banco. Lo piensan por tu bien y nunca me pusieron ninguna pega, es más, me pagaron una carrera así que no me puedo quejar. Pero sí es verdad que existía la idea de que el periodismo era un poco desperdiciar mi vida, que yo podía hacer cosas más importantes. Todos intentamos que nuestro oficio nos dé para vivir, por supuesto, pero las experiencias que me ha dado este oficio… la verdad es que se me ocurren pocos en los que puedas disfrutar al mismo nivel.
—¿Puede separar la persona del periodista o es periodista todo el tiempo?
—Es verdad que llevas un instinto encima, que aunque no estés buscando una historia, si alguien te cuenta algo, enseguida se enciende una alarma. Para mí es muy difícil viajar y no escribir algo. A ver, me gusta irme de vacaciones y estar en la playa y nada más, pero cuando he hecho eso y he conocido a alguien que me ha contado algo que yo no esperaba, he disfrutado muchísimo más.
—¿Qué piensa de la idea de que los periodistas escriben de todo sin saber de nada?
—Es un chiste, una crítica que tiene un fondo de razón y para mí es incluso un punto de partida: reconocer la ignorancia. Yo no sé de arqueología, ni de pesca, pero voy donde está la gente que sabe. El periodista sabe una cosa que es contar historias. No es un experto en cada tema, pero sabe escucharlos, darles un contexto. Nuestro oficio es contar bien. Se lo digo a mis alumnos: vosotros ya sabéis algo, que es contar historias.
—¿Cuántas veces lee un texto antes de terminarlo?
— Miles. Soy muy obsesivo. A veces me gustaría ser más despreocupado, pero es el producto de nuestro oficio. Puedes hacer un gran trabajo de reportero, entrevistas, pero luego te lo juegas todo en el texto.
—Algunos le tienen miedo a la página en blanco, usted dice que tiene miedo de la página que ya ha escrito
—A veces me pasa: tengo una idea tan buena para un libro que me da miedo empezar a escribirlo y estropearlo. La página en blanco es una promesa de diversión y aventuras, estoy deseando empezarla. Pero hay una versión ideal de cada historia en tu cabeza y seguramente no lograrás escribirla. A veces sucede que si se la cuentas a alguien cercano descubrirás que la has contado mejor de lo que la has escrito. Lo que te sale espontáneamente para que a una persona le interese lo que le estás contando. Eso es lo que tienes que escribir.